9 jun. 2008

Bon apetit


A continuación se citan los elementos para preparar un día amargo. La receta varía según el chef y, paradójicamente, puede que este plato quite el apetito al más hambriento.

Receta:

En una tabla enharinada, desparrame pocas horas de sueño, pídale a algún colega que vierta medio litro de mala leche fresca y arroje una pizca de estrés. A continuación, coloqué la ralladura de algún loco que esté al alcance de la mano, una racha de mala suerte y agite todo en su cabeza. Cerciórese de amasar hasta que los grumos de humor desaparezcan. Si la masa no adquiere una contextura esponjosa debe cernir y espolvorear suficiente tolerancia hasta que lo tomen por idiota. Deje leudar dos horas. Corte el pensamiento en porciones pequeñas.

Para el relleno puede utilizar todo aquello que viene acumulando durante la semana. El procedimiento es sencillo: pase todo por una hora y media de impuntualidad hasta que no soporte la espera. Tome un ómnibus, añada una guarnición de malhumorados y sazone con adolescentes efervescentes. Para prolongar el dolor cocine a 350°F (175°C). Tenga en cuenta que el tiempo de preparación dependerá del tamaño del ómnibus. Tape todo lo que tenga que decir y retire cuando la situación se vaya de las manos. Mientras el plato se hornea, elabore la salsa: agregue dos tazas de trabajo hasta el tope, seguidas de una cucharadita de impaciencia generalizada. No cambie de actividad por mucho tiempo y suba el volumen de las quejas ajenas.

Hierva en abundante agua para evitar que se peguen. Si le baja la presión, está poco atento, y por error el plato sale mal, acuéstese e intente descansar. Repose el tiempo necesario y recuerde: la venganza es un plato que se sirve frío.

(Nota: hace décadas le prometí a Pía un pie como el de la foto.)