
Ayer dormí en la azotea. El calor me rompía la crisma. Un poco de agua en la nuca evaporó la molestia. Éramos, en orden ascendente, el colchón de hormigón, la almohada mullida, Anonetoy (al igual que Maradona, tercera persona) y la frazada. La simple idea de dormir en posición fetal era en vano; me rompía la cadera. Boca abajo el teclado se desafinaba. Ergo, boca arriba y... Zas, fin del problema.
La paz era general. El Iodo marino sedaba la visión, no había rastro de mosquitos devoradores de dedos gordos, y el recolector de basura dio la última campanada. La calidad del hotel empeoraba con el paso del tiempo. Las nubes, comiendo estrellas, pronosticaban tormenta. Una bandada de pájaros, que a esa altura parecían mariposas, volaba como una flecha lanzada por la tormenta. Se perdió la esperanza de levantarme con el reloj solar. Eso no fue molestia. A las siete de la mañana tuve que despertarme. Se ahogó toda expectativa.