
Hoy se levanta sin saber lo que pasa. No sabe lo que hizo y dejó de hacer. Ni un poco. Nada. Estira el brazo en busca de los lentes y no los encuentra. Así que camina con cuidado por la casa. Va directo a la cocina, con ganas de desayunar. Al llegar no recuerda para qué había ido. Entonces vuelve en busca de los lentes. ¿Para qué había vuelto? Se ensaña durante unos minutos y su enojo aumenta porque no sabe qué lo puso así.
Después se le pasa. Porque se olvida que está enojado. Porque se olvida que se olvidó. Le vienen ganas de hacerse unas tostadas con manteca y miel. Mientras se le pasan las tostadas, se pierde en un pensamiento. Al menos no tiene alzheimer. Tampoco se hace problema, y en todo caso, le ve el lado bueno al asunto: quizá sea una oportunidad para borrar lo que no vale la pena recordar.