24 nov. 2006

Me voy

No puedo dejar de lado esas miradas intensas, taladrantes. Y esos ojos que lloraban. Clota, con mirada profunda de piscina durante la lluvia, contenía en cristales empañados lo que mi inteligencia emotiva no quería ver. Pero paulatinamente un raudal de sentimientos hacía agua. Romina, escondiendo la cabeza entre las piernas, empeoraba las cosas. Mi cuerpo quería llorar. Mi mente, contenerse. Automáticamente la garganta se me secó al escuchar a Pancho, o sus palabras, tiritando. Mientras fotografiaba cada rostro, una parte de mí se empezaba a marchitar.

Para algunos, con cada partida morimos un poco más. Pero quien conoce a los tomates Cherry entenderá que no es –tan- así. Es necesario podar ramas, para que broten nuevas. Terminó un ciclo de dos años. Terminaron los sábados a las 7 de la mañana. Y ahora, no quiero despedirme. Ellos saltan a liceo y no voy a ver los resultados de la cosecha.

Susurré el Padre Nuestro para dejarme invadir por sus voces. No olvido. Aquel día no sabía si el pecho se me encogía de dolor o si, por el contrario, se me henchía de felicidad. Ahora no estoy susurrando; estoy silbando a Julieta Venegas… Me voy, que lástima pero adiós, me despido de ti y me voy.

















En la foto, todo Toporje. El cuadro está completo.

7 nov. 2006

SilBana

Miguel Ángel, moreno de rostro cándido y curtido, habla de su otra chica y, al igual que una paloma, saca pecho. Despojándose de su esposa como quien se saca el gorro al entrar a un lugar desconocido, se olvida de ella para hablarme de Ella. Para colmo su mujer lo sabe pero no se queja. Mientras tanto, ladeándose sobre el tronco erguido de la dama, insiste en que no es celoso y acaricia las cejas de la chica escuálida.

Aunque no puede competir con ómnibus físicoculturistas que intentan arrebatarla de sus brazos; dos candados le bastan a Miguel para protegerla de los babosos que andan por ahí. Con el ceño fruncido se abalanza presuroso, dejando de lado su veta romántica –Por lo menos así tengo más tiempo para agarrarlos-. ¿Con las manos en qué?, pensé, mientras lidiaba con una alergia primaveral. Prácticamente es un intangible (y con esto exagero). Además no usa bronceador y la piel se ha convertido en un verde claro desteñido por los tormentos y tormentas de la vida.

–Si fuera por mí, la tendría toda prolijita- agrega reconociendo que su situación económica le impide consentirla. Desviando mi atención de la conversación trato de captar Su nombre, pero algo me dice que no es ninguna Trek o Graziella de sangre azul. De reojo, por miedo a quedar evidente, contemplo Su hermosura.

El sillín reveló la duda: SilBana -nada de Silvanas-. Me apena recordar las palabras de Miguel que taladraban mi cabeza mientras su rostro se alejaba:

“Si me la roban, me cortan las piernas”.