25 abr. 2009

Blablabla


Ella le dice que es chamuyero.
Entonces él menciona que tiene una sonrisa indeleble.
Ella se ríe, para variar.

24 abr. 2009

Autolaptop


Acabé de un tirón la novela de Bernhard Schlink que me prestó C.
La obra arranca cargada de pasión y erotismo, para luego bucear en la vergüenza de las generaciones post-nazismo y las distintas facetas de la culpabilidad. En el desenlace todo cuadra a la perfección y aunque el libro no es imprescindible, vale la pena.

Después del libro vino el turno de la película homónima. Ese día de lluvia el auto hizo de paraguas, los brownies llenaron el buche, y vimos la película en una laptop, con los asientos reclinados por completo. Sin saberlo, revolucionamos el concepto del autocine. También le di El barón rampante, a modo de trueque.

Noche linda si las hubo.

El Lector de El lector

El lector, P. 139:

"Hoy en día hay tantos libros y películas sobre el tema, que el mundo de los campos de exterminio forma ya parte del imaginario colectivo que complementa el mundo real. Nuestra fantasía está acostumbrada a internarse en él, y desde la serie Holocausto y películas como La decisión de Sophie y especialmente La lista de Schindler, no sólo se mueve en su interior, no se limita a percibir, sino que ha empezado a añadir y decorar por su cuenta. Por aquel entonces la fantasía apenas se movía; teníamos la sensación de que la conmoción que había producido el mundo de los campos de exterminio no era compatible con la fantasía".

Me detengo por un segundo y pienso en la literatura del holocausto que Eresfea recomendó y tuve la suerte de leer: Imre Kertesz, Elie Wiesel, Primo Levi, Viktor Frankl, etc. Otros tantos, como Tadeusz Borowski y Jean Amery, están en el debe. Quedan pocos escritores vivos que hayan presenciado la masacre y puedan depositar aquella experiencia en un libro nuevo. Algo me dice que la ficción nunca estará a la altura de esa realidad, por más que surjan películas excepcionales como La vida es bella y El niño del pijama a rayas.

17 abr. 2009

Dicen

Dicen que cuando alguien olvida algo en la casa de otra persona es porque quiere volver. Dicen. Quizá por eso pasó lo que pasó.

Él no vivía de ninguna promesa. Sólo disfrutaba el momento, única y exclusivamente. Así que se sumergió en su abrigo y se fue sin hacer ruido. No olvidó nada. Nada de nada.

Ese día la dejó. No estaba acostumbrado a las despedidas.

El alba asomaba.

10 abr. 2009

Low battery


Tengo un hermano hipocondríaco. Sí, una de esas personas que termina por contraer toda enfermedad que se le viene a la cabeza. Pero hay algo peor: tener otra hermana, médica ella, que le sigue el juego. Él dice que le duele algo. Acto seguido, ella diagnostica posibles causas y él termina por contraerlas todas. Juro que es cierto.

Pero me voy de tema. Vuelvo: leo un estudio de científicos británicos que comprueba que el estrés duplica el riesgo de contraer enfermedades. Largas jornadas de trabajo resultan un peso que pocos soportan (y no hablo de obreros que cargan bolsas de portland). Vaya novedad, el trabajo no siempre es salud. El tema es que los jefes sólo tienen en cuenta el estrés laboral y la salud de sus empleados. Más nada. ¿Acaso consideran la depresión y otros problemas que no entran en un certificado médico? También leo sobre una empresa brasilera que antes de entrar a trabajar evalúa tu estado de ánimo. Si estás mal, directo al psicólogo (nada de flippers, pool, o jueguitos que divierten y mejoran la retención de personal). Da la casualidad que tiene un índice muy bajo de deserción.

Hoy, justo hoy, ando cruzado. Y no hay Playstation que lo arregle. Tampoco soy hipocondríaco; sé perfectamente la raíz del problema. Desafortunadamente, no traje certificado médico.


Dedicado a Lau, luchadora que no pierde la sonrisa, a pesar de todo.
Y a Caro, la hermana médica. Ayer cumplió años.