20 jul. 2009

De despedida

Aquel lunes acababa de armar la valija cuando vio que sólo quedaba espacio para un beso. De pronto se encontró, sin saber cómo, en una tienda de besos de la que había oído hablar. Entró en silencio. Se dirigió al mostrador, golpeó la mesa y mientras esperaba ser atendida leyó el rótulo de la pared: "Estimado cliente: la empresa no se responsabiliza por daños de terceros".

No podía creer aquello que veía: un extenso surtido de besos ordenados por categoría y nivel de intensidad. Se preguntó si todos esos besos podrían entrar en una misma boca. Ella, a su modo, trató de explicarle la situación al vendedor para obtener asesoramiento. Para cuando terminó de hablar, el comerciante ya había tomado una caja apartada del mostrador y le dio el boceto de un diseño imperfecto.

Al llegar a casa no pudo contener la curiosidad y lo probó antes de irse al aeropuerto. Al principio sintió un toque acaramelado en su paladar, pero luego la sensación pasó a tener un resabio amargo. Ambos sabores se aliaron en una mezcla alquímica, y logró descifrar que aquel sabor era agridulce.