8 oct. 2009

Así nos conocimos


Las pericias realizadas por inexpertos indican que la hipótesis más firme sobre el origen de mi vocación publicitaria se remonta a los seis años de edad. En aquel entonces la cebolla no me hizo llorar, sino todo lo contrario. Cenábamos con la familia en la antigua casa de abuela. El menú era figazza. ¿Y el postre? Figazza. Como me oponía rotundamente (podía con todo, menos con la cebolla) me escapé al zaguán. Papá se sentó a mi lado. Yo tenía el ceño fruncido y nada de lo que él dijera iba a cambiar mi parecer. ¡Que no quiero cebolla! No, no y no.

Se mostró afligido. Al parecer había conseguido la receta oficial de la pizza de las Tortugas Ninja. Yo sabía que eso no era cierto, pero sacó tantas palomas de la galera que logró seducirme. Ese dibujo animado era mi talón de Aquiles. Me vi tentado y probé figazza por primera vez. Desde ahí amo la cebolla. A lo que voy es que papá necesitaba una Celestina para presentarnos: Anonetoy-Cebolla, Cebolla-Anonetoy. Hola. ¿Qué tal? Mucho gusto.

La publicidad es la Celestina. Ella conoce al novio y la novia, así como sus ventajas y necesidades. Pretende acertar el flechazo para que algo despierte entre ellos. Quizá por eso se nota el amor que hay puesto en la publicidad bien hecha. Hoy escucho que hablan de redes sociales, paridad de productos, prosumidores, esto y lo otro, pero el secreto para vender sigue siendo el mismo: seducir, emocionar, acercar. Todo se reduce a eso.

Aclaración: descubrí que cualquiera puede escribir sobre la buena publicidad. Lo difícil es saber escribir un buen aviso.

1 comentario:

..·: Anita :·.. dijo...

Como siempre, pasando a leer tus posts.
Muy buenos!
Saludos.