Como un peón que da el primer movimiento. Así estaba yo. Sin saber la jugada de Susana. Solo y expectante. Fijé la mirada y tropecé con unos ojos agazapados y desnudos. Hice foco tratando de ver qué me quería decir. Se enjugó las lágrimas. Atrincherados detrás de unos lentes oscuros, se escondían un par de ojos sabios. Había muerto Marta, tan querida por Susana, papá y nosotros. Pero Susana, de sus más preciadas compañeras, estaba atornillada a un banco. Con una mirada sin fuerza, tan ajena a un grito lanzado, tan tranquila a la vez.Por fin se apresuró a decirme algo que entendí como el efecto dilución de la muerte. Básico, cae uno y al toque caen los otros. De alguna forma esos ojos me decían que también ella se estaba apagando. A un año de la muerte de Beba, y a un día de la muerte de Marta. Todas se están diluyendo. Algo absorbe toda esa energía que las había mantenido unidas; y ese algo es razón suficiente para abandonar la vigilia. Susana, sin saberlo y dando el ejemplo, me enseñó de la muerte. A mirarla de frente. A no bajar la mirada, a pesar de todo.
A Marta y Beba, del linaje de las águilas. ¡Qué se las quiere!














